Durante este período de ‘work and travel’ que me ha llevado a ciudades como Asunción del Paraguay y Santa Cruz de la Sierra, estoy empezando a apreciar más a la desdeñada palabra ‘turista’ y a mirar con otros ojos a la elegida por la crítica actualmente para denominar al que viaja (‘viajero’).
La primera viene del inglés, idioma transparente en el que puede verse su origen: tour·ist, es decir aquel que hace tours. Este término cobra romanticismo si se asocia más al Grand Tour iniciático de los jóvenes británicos por Europa en los siglos XVII y XVIII que a las situaciones ‘bovinas’ de inventos norteamericanos como los cruceros de lujo. Y, por el contrario, considerar a ‘viajero‘ similar a ‘viajante’ evoca la no tan atractiva imagen de señores con maletines vendiendo zapatos en suburbios (aclaro que nunca asocié a ‘viajero’ a los expedicionistas de la National Geographic o a los verdaderos gitanos, querer comparar a un viaje de placer con eso me parece comparar manzanas con frutillas).
Creo que la connotación laboral de esta palabra y su elección para los andariegos modernos no es aleatoria.
A medida que la tecnología y el emprendedurismo toman nuestras vidas, los viajes se mezclan cada vez más con el trabajo: se usan para hacer conexiones, averiguar dónde vender un producto, hacer una residencia artística, o se violan cargando la computadora a la terraza del hotel de playa para tener una llamada de Skype. El poder viajar mientras se trabaja es un privilegio, pero mi experiencia me ha hecho reflexionar sobre cuál es su sentido.
Mientras que en un viaje exclusivamente por trabajo o exclusivamente de vacaciones los confines están definidos, traer lo laboral a un viaje de placer crea una bruma confusa que no es ni una cosa ni la otra. Uno está un poco ahí, en el museo, y un poco pensando en si tendrá un mail importante que responder; un poco en la playa y un poco pensando en si no tendría que estar ‘aprovechando’ el tiempo para una conexión productiva.
Cuando uno es turista, en cambio, además de tiempo libre y los bolsillos dispuestos a gastar de más, uno tiene predisposición al descubrimiento, los ojos y la mente abiertos a absorver 24 horas al día, carta libre para ignorar a jefes, familia y amigos. Me he jactado de preferir los viajes largos a vacaciones condensadas, pero últimamente he comprobado que unos días de turista pueden ser más provechosos que seis meses de buses con la computadora en el regazo.
Sin embargo, está claro que el ser turista es más una actitud que el conjunto de circunstancias que dan forma a un viaje. Y que ese prestarse a descubrir un lugar con ojos hambrientos puede adoptarse tanto a miles de kilómetros como en la ciudad o la provincia donde se vive.
Con el fin de rescatar el valor de mirar a lugares cercanos con otros ojos, con MZ Inspiration arrancamos esta semana la serie ‘Turista en tu ciudad‘, en la cual Magdalena Day hará en su provincia todas esas cosas que los locales a veces miran con desdén.
Su primera parada: un recorrido por las bodegas de Luján de Cuyo. Cualquiera que haya visitado Mendoza sabrá que allí la naturaleza, especialmente la cordillera, es algo inmediato y omnipresente, y me encanta cómo eso se nota en MZI.
Esperamos que disfruten la serie.