El carácter porteño


Florida fotografiada por Thomas D. Mcavoy para LIFE. Foto.

Imagen: Thomas D. Mcavoy para LIFE.

Solía pensar que ciertas características de mi personalidad venían de haber nacido en el siglo XXI, de haber crecido con internet y la comunicación móvil, de ser parte de una generación a la que algunos llaman Y.

Cuando leí El carácter porteño de Domingo F. Casadevall, pensé que quizá venían de haber nacido en Buenos Aires.

“La fuerza interior que mueve a los hijos de España -la pasión- se convierte en el criollo en soberanía de la gana y lo inclina a la hazaña o a la indiferencia, al entusiasmo o a la depresión, a la creencia en el libre arbitrio o a la entrega a un fatalismo irremisible. La gana es el deseo irracional, la fuerza anímica que desea pero que todavía no sabe querer porque carece de entendimiento deliberado. […] Si no hay gana no hay acto. La falta de gana, para salir del paso, recurre al arbitrio de “dejar las cosas para mañana”, lo que equivale muchas veces a no hacerlas nunca”.

“Los porteños de las esferas superiores se volvieron un tanto descentrados: la falta de una cultura de raíces autóctonas les impulsó a vivir fuera de sí y de la propia tierra, a menospreciar lo criollo, a viajar por el extranjero o a soñar con París… […] Por otra parte, la mayoría de los porteños de la clase modesta vivieron (sic) también descentrados. Como el hogar era generalmente extranjero, buscaron fuera de él los ingredientes de la nacionalidad”.

“La gana es el deseo irracional, la fuerza anímica que desea pero que todavía no sabe querer porque carece de entendimiento deliberado. […] Si no hay gana no hay acto. La falta de gana, para salir del paso, recurre al arbitrio de “dejar las cosas para mañana”, lo que equivale muchas veces a no hacerlas nunca”.

“Buenos Aires fue en un tiempo un verdadero pueblo. Se mostró como tal durante las jornadas heroicas de las invasiones inglesas, así como los hijos del país, solos, en la gesta de la Emancipación y de la Independencia. Ese pueblo vino a convertirse durante el período inmigratorio en una agregación de individuos sólo atentos al provecho particular, ninguno de los cuales estaba dispuesto a emprender ninguna tarea sin preguntar previamente: ¿con qué ventaja? ¿cuánto voy yo en el asunto? La vida interior y el sentimiento de plenitud hispano criollo se resolvieron en desarraigo, en “falta de algo”, en “sentirse un poco en el aire””.

Mujeres en el Rosedal de Buenos Aires. ©Life. Foto.

Imagen: LIFE.

“En un medio en el que todo estaba haciéndose rápidamente y en el que se gozaba de amplia libertad para trabajar, todos se sintieron aptos y con derecho a atreverse a todo. En pos de mayores ganancias los inmigrantes cambiaron con frecuencia de actividades (perdiendo el sentimiento de la dignidad del oficio) y desempeñaron tareas francamente opuestas muchas veces. […] Observaba un distinguido lingüista argentino que después de saludar en la calle a una persona a la que no se la veía desde algún tiempo atrás, la pregunta obligada era: –Y… ¿siempre de profesor (o de mecánico, o de periodista)? O bien: –¿En qué se ocupa ahora? Tales interrogantes nacían de la imposibilidad de concebir que el interlocutor siguiese ‘haciendo lo mismo’“.

“Como el americano en general, el argentino nacía y se desarrollaba en un medio exento de un pasado agobiante. Vivía el presente sin conmoverle lo que había pasado: en vez de nutrirse de recuerdos se proyectaba hacia el futuro y lo gozaba de antemano como actualidad. “Casi nadie está donde está -percibió Ortega y Gasset- sino delante de sí mismo, muy adelante, en el horizonte de sí mismo; y desde allí gobierna su vida de aquí, la real, la presente y efectiva””.

“En un medio en el que todo estaba haciéndose rápidamente y en el que se gozaba de amplia libertad para trabajar, todos se sintieron aptos y con derecho a atreverse a todo”.

“Por inercia y por despecho, el porteño solía despreciar públicamente lo que anhelaba en secreto con mayor vehemencia. […] consideraba el trabajo poco menos que un esfuerzo heroico; y lo poco que hacía lo valoraba de un modo superlativo. […] La tendencia a la comodidad (de un país rico, de un clima templado) volvió al hombre de Buenos Aires quejoso de todo aquello que hiriese su sensibilidad hedonista”.

“Ciertamente el porteño de aquella época se sentía orgulloso del progreso de la ciudad y se preparaba para realizar portentos mayores. Pero… no estaba seguro. Necesitaba el beneplácito de los de afuera. […] El temor a caer en la ridiculez por el afán de aparentar, indujo al porteño a “no desentonar”, a no “salirse de la línea”, a reprimir toda forma de espontaneidad”.

“El porteño se sentía orgulloso del progreso de la ciudad y se preparaba para realizar portentos mayores. Pero… no estaba seguro. Necesitaba el beneplácito de los de afuera”.

“El vivir por los sentidos y para ellos –el concepto hedonista y utilitario de la existencia–, así como la atención a la exterioridad de las personas y de las cosas; la norma de no meterse en honduras ni de “hacerse mala sangre por nada”; la carencia de poderosa vida interior y el desdén por los valores desinteresados, convirtieron al porteño común en un ser leve, epidérmico, inespiritual. “Almas vacías”, buscaban el placer corriente y la cultura fácil“.

El carácter porteño fue publicado por el Centro Editor de América Latina en 1970, y puede leerse en la Biblioteca Nacional (hay algunas copias en Mercado Libre también).

Los fragmentos que publico hacen alusión a las ideas que más tocaron aspectos de mi personalidad y de la actitud colectiva que observo en las personas de esta ciudad, y los comparto con intención reflexiva, para ver de otra forma modos de actuar y de pensar.


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