A esta altura del año pasado, me levanté un sábado a las ocho de la mañana para tomar un tren a La Plata y -luego de media hora de espera- un colectivo a Los Hornos con el fin de visitar la Fiesta del Tomate Platense.
El plan sonaba mucho más cómico/curioso cuando lo comentaba durante la semana que cuando sonó el despertador, pero desayunando en uno de esos bares a los que uno va sólo cerca de estaciones de tren o antes de ir al hospital, el esfuerzo ya había valido la pena. Mucho más cuando llegué al evento, y muchísimo más cuando comí una parte de los cinco kilos de tomate que me traje.
Aquella mañana pensé en cómo mi visión sobre la producción de alimentos y los problemas ambientales está agudizada por este tipo de periplos: por poder estar en órbita como para cargarme dos horas de viaje un sábado a la mañana para conocer a un grupo de productores que están preservando una especie de tomate de la década de 1950. Porque, claramente, entiendo que el programa hubiera sonado mucho menos atractivo a una persona en estado de demolición por haber trabajado jornadas completas en una oficina toda la semana.
Y es una lástima, porque son únicamente eventos como este los que pueden transformar la forma de entender la producción de alimentos (*). No tengo nada contra las ferias de productos orgánicos de Palermo, pero en la traducción de los conceptos al público de la ciudad, se pierde toda la dureza que forma parte del campo, y, por lo tanto, de todo lo que viene de él.
De mi incursión en la feria, por ejemplo, me quedó grabado un comentario del productor Aníbal Tonello, con el que hablé aquel mediodía. El hombre expresó que lo que más le gustaba de ser parte del grupo del Tomate Platense era la compañía y contención, ya que el campo podía ser un lugar solitario.
Lo dijo sin el dramatismo que le agregué yo más tarde, como al pasar, pero la frase me dio vueltas en la cabeza desde entonces y aparece de vez en cuando como una ventana de advertencia de la computadora cuando estoy comprando.
Porque poner ese pensamiento (sus horas de trabajo, semanas y meses cuidando un cultivo, en la soledad del campo, para que una persona como yo pueda comer un tomate bueno), al lado de lo que podían ser mis preocupaciones y reparos a la hora de comprar comida (precio, apariencia, y otras superficialidades de la vida en la ciudad que siguen ahí aunque uno trate de desacostumbrarse), me hizo entender mucho más sobre la producción y consumo sustentable de alimentos que cualquier nota que haya escrito o leído, más que cualquier feria orgánica a la que haya asistido.
Organiza esta fiesta un grupo de -actualmente- 20 productores del cordón hortícola del Gran Buenos Aires que participan en un programa coordinado por profesionales de la Universidad de La Plata para cultivar esta variedad.
El tomate platense es, esencialmente, tomate: con gusto, forma y textura de tomate (irregular, con una fina piel que se rompe fácil). Lo que comemos usualmente es una variedad híbrida que se cultiva en su mayor parte en invernaderos, elegida no por su gusto sino por su resistencia. (**)
La edición de este año se hace el próximo sábado 9 de febrero de 10.00 a 20.00 en la Estación Experimental Julio Hirschorn (Av. 66 y 167, La Plata), con entrada gratuita y sin suspensión por lluvia. Durante la jornada hay, obviamente, venta de tomate fresco y en variedades procesadas, pero también un patio de comidas, espectáculos en vivo y todos los etcéteras de este tipo de festejos.
Explicar por qué el tomate platense no se consigue en Buenos Aires requiere una gran disección en torno a la industrialización de la agricultura que no viene al caso. El hecho es que, según me comentan, en el único lugar donde pueden conseguirlo sin ir a la fiesta es en el Mercado Bonpland, donde el productor José Lizarraga a veces lleva.
Gerónimo Raimundi, uno de los profesionales del grupo, me comentó que este año los productores están comercializando a través de una cooperativa (CAPIR) impulsada por el Ministerio de Desarrollo Social, con lo cual el tomate está llegando al Mercado Regional La Plata. Eso quiere decir que podría alcanzar la gran distribución y a Buenos Aires, aunque esto trae otro tipo de complicaciones.
Por ahora, lo ideal son los mercados más directos para que el producto pueda diferenciarse (y para que pueda recibir por su trabajo un pago más coherente). (Si tienen algún tipo de comercio y quieren vender este tomate, pueden contactar al grupo al mail tomate_platense arroba hotmail punto com)
Lamentablemente este año no estaré en Buenos Aires como para ir de nuevo, pero ojalá esta experiencia motive a alguno a aventurarse al sur. Está más lejos y más cerca de lo que parece.
Links:
Fiesta del Tomate Platense en Facebook
Nota del Grupo del Tomate Platense en Clarín
(*)
Ver el ensayo Consider the Lobster de David Foster Wallace.
(**)
Esto es, claramente, una forma superficial de explicar el tema. El cambio en la producción de tomate tiene que ver con el proceso de “modernización” de la agricultura que se dio en la década de 1980 y 1990, de la cual pueden leer más en este trabajo.