Para viajes pasados he llevado a cabo una búsqueda tan minuciosa que los circuitos que visitaba al llegar parecían más un trámite de confirmación que un descubrimiento. Pero los últimos días del verano me encontraron en la tarea fiscal de convertir a BA Inspiration en una Sociedad de Responsabilidad Limitada (!) para emprender el primero de (espero) varios proyectos: coordinar la creación de contenido editorial para los blogs de Discovery Latinoamérica. Así es que llegué a la capital de Paraguay sin más preparación que la dirección de la casa donde nos íbamos a quedar y algunos consejos de Carolina.
En un primer encuentro la ciudad fue brusca, sobre todo para dos ciclistas: la inexistencia del respeto al peatón nos intoxicó como el humo del caño de escape de un auto. Pero luego de tres semanas de experimentar la amabilidad sincera de los paraguayos y de percibir una efervescencia que hace acordar a cuando Buenos Aires no estaba tan hastiada de sí misma, llegamos a sentir un gran cariño por Asunción.
Gran parte de ese encuentro se debió al habernos hospedado en hermosas casas con anfitriones que parecieron elegidos para nosotros por un servicio de match-making, lo cual me hizo pensar en cuán preciso es el maridaje entre una persona que vive en una casa y una persona que la elige de una lista de Airbnb para vivir temporariamente. De ellos y de sus guaridas hablaré en otros posts.
Lo que sigue es una lista de los puntos que más nos gustaron, armada con recomendaciones de los anfitriones e información de folletos y revistas observados por azar.
Casco histórico
Más por herencia que por planificación, el centro histórico de la ciudad es la zona en la que el cristiano sin auto puede sentirse más a gusto. Uno de los primeros lugares a los que entramos por allí fue el Centro Cultural de España Juan de Salazar, edificio de 1976 cuya ampliación en 2003 por parte del arquitecto Javier Corvalán creó un espacio de ladrillo y galerías altas que anunció el romance que tendríamos con los patios por todo Paraguay.
Pudimos apreciar patio y ladrillos también en el rojizo Museo del Barro (arriba), que por su ubicación moderna no me entró en ningún subtítulo pero que vale una visita.
Aunque su proyecto proviene de una época oscura en la historia de Paraguay, el Hotel Guaraní es admirable.
Antes de leer que se sospecha que es una obra de Oscar Niemeyer que no quiso firmar por su confeso comunismo (ya que el hotel fue construido durante una dictadura), el edificio y otros detalles de la ciudad me hicieron pensar en cuánto más cerca está Paraguay de Brasil.
Planta Alta es el típico híbrido de galería de arte, espacio de eventos y café/bar que puebla todo centro urbano moderno; y El Poniente, el bar hijo de la cultura Brooklyn. Rodrigo Franco, uno de los artífices del último, de hecho vivió y tuvo bares en el borough neoyorquino y quiso traer algo de ese espíritu a su ciudad.
Pueden parecer lugares que se repiten, pero una diferencia que ostentan ambos es que en lugar de en locaciones post industriales, se ubican en mansiones coloniales. El Poniente, en el Palacete Heyn: hogar de Anselmita Heyn, primera reina de la belleza de Paraguay.
Las Mercedes
Nuestra visita a Asunción se dividió en dos, con una excursión a la selva misionera en el medio. La segunda estadía fue en el barrio Las Mercedes, fundado a principios del siglo XX por inmigrantes italianos y lo suficientemente romántico como para inspirar relatos literarios.
En esta zona abusamos de los servicios de La Herencia, que a primera vista parece un café más pero es la evolución de una fábrica de chipa fundada por la señora Doña Feliciana de Fariña, nativa de la ciudad de Caacupé. Aunque no encuentro textos que lo confirmen, parece obvio que se trata de una traducción moderna del emprendimiento realizada por sus hijos, y esa historia le da al lugar algún lazo no tan genérico.
También por la zona disfrutamos del entorno James Bond del restaurante de hamburguesas Walterio, que nació en el precioso balneario San Bernardino y se expandió a Asunción poco más de un año atrás. Puertas afuera de la ciudad, fue bastante difícil encontrar alternativas vegetarianas, pero el haber probado la más que decente veggie burger de soja casera de Walterio ayudó en los peores momentos del Chaco.
Puerto y Chaco’í
Si uno se acerca al puerto de Asunción, puede tomar una balsa y aparecer en el medio del campo en un lugar que no se parece a nada. Según cuenta el proyecto Ventanas a la bahía, Chaco’í significa en Guaraní Chaco Pequeño y es un poblado de 5300 habitantes al frente de la capital.
Hasta ahí se puede hablar de este lugar con algún tipo de estructura informativa, porque tratar de definirlo, de determinar qué actividades se pueden hacer en el lugar, o de explicar el propósito de una visita, parece ridículo.
Nosotros fuimos por consejo de Anne y desde que llegamos y tomamos una Coca Cola con un señor entrado en arrugas que nos empezó a hablar como retomando una conversación del día anterior apenas nos acercamos, hasta que nos fuimos después de haber saludado a gente a través de ventanas, acariciado pollitos recién nacidos y visto caballos semi salvajes, no entendí nada de lo que estaba pasando (in a good way).
En la zona aledaña al puerto también se puede visitar San Jerónimo, un barrio arriba de una loma que algo debe compartir con Chaco-í porque de sólo caminar por sus calles adoquinadas uno recibe invitaciones a ver el atardecer en la casa de alguien. Puede sonar a propuesta de asesinato serial, pero después de un tiempo en Paraguay nos acostumbramos a no desconfiar tanto.
Links:
Centro Cultural de España Juan de Salazar
Museo del Barro
Hotel Guaraní Esplendor
Planta Alta
El Poniente
La Herencia
Walterio
Ventanas a la bahía