Las mejores obras de arte -de cualquier disciplina- son aquellas en las que uno se siente dentro de la cabeza del creador. Este es generalmente un lugar incómodo: como dijo Didion, nadie quiere escuchar las pesadillas de los demás. Pero el creador disfraza a los sueños propios con trajes que encandilan y de repente uno se encuentra en medio de un remolino que no le pertenece, en el mejor de los casos aprendiendo algo.
Algo como este viaje sentí al experimentar La Wagner: una obra de danza contemporánea de Pablo Rotemberg, que parte de la música de Richard Wagner para ‘hablar’ de la mujer o, mejor dicho, del cuerpo de la mujer.
Se trata de una extenuante representación de cuatro bailarinas que llevan como única vestimenta rodilleras y vendajes en los brazos (diseñados por Martín Churba), en un escenario cuyo decorado es un juego de cuatro sillas cubiertas de cinturones (creación de Mauro Bernardini). Es decir: la advertencia del Centro Cultural General San Martín de que el espectáculo “contiene escenas de desnudez” es un eufemismo. Pero el desnudo no incomoda y, casi instantáneamente, cuando las bailarinas empiezan a descender por una pequeña escalera en espiral con halos de luz trayéndolas a la superficie, se entiende que la piel es el mejor reflejo para estas escenas.
Desde allí en más, son 55 minutos de contracciones, repeticiones, saltos, golpes, chasquidos de pieles y tablones -¿huesos?- que rebotan en un ritmo frenético, hipnotizando en su búsqueda de sentido.
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Arriba, una impresión de los ritmos de La Wagner, en versión ‘vestida’.
Aunque los comentarios que leí después de ver la obra hablaban de la violencia, de la brutalidad de los movimientos, del contraste de éstos con la belleza de la forma femenina, a mí las preguntas que más me resonaban al verla eran: “¿De quién es este cuerpo?” “¿De quién es el cuerpo de la mujer?”.
Según comentó Rotemberg, su intención por abordar este tema vino de querer despegarse de cierto ‘homoerotismo’ que suele pregnar a la danza contemporánea. Pero ese aparentemente simple punto de partida desemboca en una declaración casi feminista. “[En la obra] se pone en escena un cuerpo fragmentado, que ha perdido su eje, que ya no sabe cuál es su límite y no conoce la quietud. ¿No es éste el cuerpo del tiempo presente?”, dijo el director, según cita Craneapolis.
Suele ser extraño comentar una obra, ya que cuando uno experimenta la creación de otro lo hace con estados de ánimo, pensamientos y referencias propias que lo predisponen a ver las cosas de cierta manera (“Cuando uno habla de otros habla de uno mismo”, escuché en la película Tinker Tailor Soldier Spy).
Pero más allá de los significados y sentidos que puedan encontrársele, el mérito de La Wagner son las punzantes imágenes logradas -imposible no pensar en la iluminación, de Fernando Berreta-, y esa forma cónica que absorbe, acorrala, y encierra hasta la descompresión final.
La obra [interpretada por Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza y Carla Rímola] se encuentra en su última semana de funciones, en el CCGSM. Las últimas presentaciones son el martes 1/04 a las 20:00, viernes 4/04 a las 21:00, sábado 5/04 a las 17:00 y domingo 6/04 a las 19:00. Entradas $80 en TuEntrada.com (buscar por La Wagner) o personalmente en el San Martín.